El principito que veía un hipopótamo
Cuando trabajas con niños
puedes vivir anécdotas todos los días y si te sensibilizas con su particular
manera de ver las cosas, entonces, cada día puedes descubrir algo nuevo. En el
aula los niños aprenden del maestro y el maestro, si se deja llevar, aprende
mucho más.
Toca control de ciencias
naturales, una ficha con actividades que resume el tema trabajado, es decir, el
examen que se llamará más adelante. La clase se mantiene silenciosa, todos se
afanan en hacerlo bien. Uno de mis alumnos se acerca a mi mesa con una duda
sobre el primer ejercicio cuyo enunciado dice: “Colorea los seres vivos de este
ecosistema.” Seguidamente se presenta el dibujo de un paisaje.
—Seño, ¿qué es lo que está
debajo del sapo? —me dice el niño.
Yo, miro la hoja. Está más
que claro que el sapo descansa encima de una roca.
—Pienso que como te aburres
vienes a mi mesa para darte un paseo porque no creo que haya duda sobre lo que
está debajo del sapo. Tenemos los mismos ojos así que creo que estamos viendo
lo mismo: una roca. O ¿tú qué crees que es? —le contesto algo seria porque me
parece imposible que no esté viendo una roca debajo del sapo.
—Un hipopótamo—me contesta.
El niño se mantiene circunspecto, seguro de lo que me dice, conforme con su
respuesta.
Me quedo perpleja pero no
puedo evitar la sonrisa y él también sonríe. En ese pequeño instante todo cobra
sentido. No tengo más remedio que rendirme y evidentemente reconozco que me
equivoqué desde el principio porque no tenemos los mismos ojos. En ningún
momento estábamos viendo lo mismo. Él miraba un dibujo con sus ojos claros de
niño y yo lo hacía con unos ojos contaminados por el tiempo, con ojos de
adulto. Él podía ver una serpiente que había devorado a un elefante y yo tan
sólo veía sombreros.
Aprendemos desde niños a ver la realidad del mismo modo y
para todos por igual: lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo… El mundo se
colorea siempre del mismo modo, los árboles son verdes y marrones, el cielo es
azul, las estrellas amarillas… y olvidamos la variedad de tonalidades que
tenemos delante de nuestros ojos y, sobre todo, las distintas interpretaciones
que la realidad muestra a cada persona. Tan valiosas todas, tan verdaderas cada
una de ellas. Cegamos nuestra mirada y cuestionamos aquélla que intenta
mantenerse propia. Limitamos nuestra creatividad y encerramos bajo llave esa
parte de nosotros que tan importante fue en la infancia: la imaginación.
—Vale, es posible que no sea
una roca. Yo veo la roca pero no puedo asegurarte que lo sea. Si tú ves un
hipopótamo, ¡coloréalo!
El niño, satisfecho, vuelve a
su mesa y sigue con el ejercicio.
Yo vuelvo a mirar el dibujo
y… creo que empiezo a ver un ojo pequeñito de hipopótamo entre las patas del
sapo.
Y fue así como conocí a mi
principito.
.,que reflexión más acertada! ...que pena que se nos olviden esos ojos! Gracias Inés por compartirlo! Bss
ResponderEliminar.,que reflexión más acertada! ...que pena que se nos olviden esos ojos! Gracias Inés por compartirlo! Bss
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